sábado, 2 de febrero de 2008

CONVICTO

Llevo poco tiempo en esta celda, pero el suficiente para saber que sólo saldré de aquí el día que hayan estipulado para mi ejecución. Como todos los que estamos encerrados, por supuesto, soy inocente.

No llevo mucho tiempo en este lugar, pero el suficiente como para que se haya borrado de mi memoria el calor del sol sobre mi piel. Ahora no sé si lo soñé o realmente alguna vez realmente estuve fuera de estos muros.

Camino tres pasos hacia delante y tres pasos hacia atrás en este cubículo. "Quítate de ahí"-grito a mis compañeros de celda que ya no pueden ni moverse-"no quiero hacerte daño, pero necesito caminar para sentirme vivo".

Algunas veces viene el carcelero. Nos trae la comida y el miedo. Nos mira y, la mayoría, nos empujamos los unos contra los otros en el fondo de la celda, para que no nos vea, para que no nos elija, para que no nos haga daño. Algunos, como yo, aún tenemos fuerza para reunir lo poco que nos ha quedado de valor tras meses de encierro y nos enfrentamos a él, le gritamos, empujamos las verjas...A veces creo que sería capaz de matarle si con ello consiguiera salir de aquí. Pero nunca lo consigo, sólo siento sus golpes cayendo sobre mí, destrozando mi cuerpo. "Las patas no"-pienso-"no me golpees en las patas, no quiero estar como ellos, necesito caminar para sentirme vivo". Y antes de perder el conocimiento, soy consciente de que he vuelto a perder la cordura una vez más.

Día tras día escucho los sonidos que me rodean: gritos asustados de los recién llegados, gritos de locura de los que llevan más tiempo, las tuberías que gotean, el incesante zumbido de la ventilación, el crujir de la madera, nuestros pasos sobre los barrotes del suelo, el silencio.

Vivo bajo la permanente luz de una lámpara cuyos habitantes, las arañas, parece que aunque tienen ganada su libertad, prefieren vivir en este sitio infecto. No las entiendo. "Marcharos"-les grito a veces-"Marcharos y contar lo que ocurre en este infierno". Luego recuerdo que no me entienden y grito de angustia y dolor, porque sé que otra vez la locura se ha vuelto a apoderar de mí.

La comida y el agua de este lugar, tienen ya el sabor de la propia muerte. Aquí todo huele a muerte, a putrefacción, a dolor.

Espero ansioso mi último paseo, el que me llevará a morir ejecutado, poniendo fin a este infierno sin sentido que es vida que he llevado. Sé que durante el traslado, al menos veré el sol.

No, yo no voy a recorrer a pie la "milla verde". Lo haré en un camión, encerrado en otra celda. No me importa ya, con tal de que a la salida, pueda ver el sol antes de sentir el cuchillo del matarife en mi garganta. Mi última mirada será para él. No será una mirada de odio, sino de incomprensión. Ojalá pudiera explicarme porqué he tenido que vivir y morir así.

O tal vez puedas explicármelo tú, que lees estas líneas. Tal vez halles la respuesta en tu plato esta noche, cuando te sientes alrededor de la mesa con tu familia y digas: "Qué bien, esta noche chuletas de cerdo !"

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